Melina by Juan Ramón Lucas Fernández

Melina by Juan Ramón Lucas Fernández

autor:Juan Ramón Lucas Fernández [Lucas Fernández, Juan Ramón]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Histórico, Realista, Otros
editor: ePubLibre
publicado: 2023-10-19T00:00:00+00:00


XXXVIII

Adela, la guisandera, era menuda y ancha, tenía el pelo pajizo siempre cubierto con un pañuelo y no dejaba de sudar jamás.

Vivía en Ujo, Caudal arriba, cerca de donde se decía que Pepín había matado a un guardia civil. Se decía, porque nunca encontraron cuerpo alguno ni nadie denunció nada. Se decían tantas cosas.

Bajo una tejavana pegada a la casa se almacenaban trastos de cocina en una especie de alacena gigante. Observó Melina que se ordenaban por tamaños y formas. Había desde un perol grande como los que llevaban las vendedoras de pulpo a las fiestas de prau hasta cazos, ollas y sartenes en perfecta formación. Ponerse ante ellos era disponer de un vistazo de lo adecuado para cualquier guiso que se pudiera imaginar.

Le agradaron el orden y la limpieza de aquel sitio.

Alrededor de la puerta había plantas de yerbabuena y de menta, y macetas alargadas con manzanilla, romero, o hierba de San Juan. Rodeaban la casa macizos de flores que no conocía y líneas también floridas como borduras de escudos imaginarios.

Olía a hierba fresca y a desconocidos aromas terrosos o dulzones.

Contempló admirada el lugar antes de llamar a la puerta.

Apenas lo había hecho cuando desde dentro respondió Adela.

—Pase.

La entrada daba a una estancia parecida a una cocina, pero más amplia. Había varias mesas y dos fogones distintos. En el de la derecha hervía un cazo que desprendía un olor mentolado y algo áspero. A la izquierda, Adela atizaba el fuego con leña de un capazo metiendo los dedos igual que hacía Rosario, como si no quemase.

No se giró al entrar Melina.

—Me alegro de que al fin hayas venido. Las cosas deben tener su tiempo y hacerse como es debido. Minuto más minutos menos de cocción y arruinas el guiso o matas la planta.

—¿Es usted bruja? —preguntó risueña Melina.

—Algunos lo creen, mi cría. Lo creen porque sabemos de plantas y cómo domarlas.

—¿Domarlas?

—Sí, sacarles lo mejor para que nos sirvan de alivio o de cura.

Se mantuvo de espaldas a ella, hurgando el fuego. Melina escrutó el lugar, tan ordenado y limpio como la alacena de fuera. Por las ventanas entraba luz, ristras de ajos y cebollas colgaban de las paredes. Sobre una mesa de madera central, pequeños montones de hierbas o plantas cortadas parecían dispuestos para empaquetar.

—Vendo algunas plantas con indicaciones de qué hacer con ellas. Para guisar o para curar. O para las dos cosas, que casi siempre van unidas.

Se volvió saludando a Melina con una sonrisa amplia y luminosa. Sus ojos vivos lo fueron aún más y se colorearon sus mejillas de un rojo suave, como cuando algo te contenta desde dentro.

—Me presta mucho que hayas venido. ¿Quieres que empecemos ya?

Melina dejó sobre una silla el bolso y asintió mientras se acercaba a ella.

—Dígame qué tengo que hacer.

—¿Sabes pelar castañas?

Nunca lo había hecho para cocinar. Quizá se tratase de una pócima para curar algún mal.

—Sí.

—Pues ponte. Porque vamos a empezar con algo que nunca has hecho, seguro. Esta ye mía. Me la enseñó mi madre.

¿A qué tanta confianza? Empezar por una receta propia y secreta le pareció una consideración acaso excesiva.



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